Capucho, LuÃs / Escritor
Hace mucho que no voy al Orly a ver una pelÃcula porno y hacer una mamada. Ver en la pantalla a hombres jóvenes desnudos con pollas grandes, piernas abiertas, muy grandes y deliciosas, y escrotos en los que se presiente la humedad y el aroma, dejando nuestro pecho enardecido y la respiración inflamada. Allà podÃa ver, reveladas en la pantalla, las imágenes más hermosas de escrotos de hombre que pueda haber. Escrotos peludos sobre la piel grasienta, que se continuaban en pollas engordadas por la excitación, y que en lugar de traerme a la mente la imagen silvestre de un animal, de un sátiro, me traÃan reminiscencias de los sueños más románticos, infantiles, cuando todavÃa creÃa posible que mi cuerpo podÃa volar.
En el Orly, se siente que somos reptiles milenarios y, entonces, la vida en la penumbra del sótano, del cine, con su manto de concupiscencia cubriendo todo, es más espesa: la luminosidad, el movimiento, el oxÃgeno, el olor, todo es más espeso, porque los sentidos se agudizan.