Recamán, Anton / Escritor
De niño
solía almorzar tostadas
en las olas del muelle.
Hoy
el mundo pesa catorce gramos de azúcar
y el mar desnuda las pestañas.
El olor a leche
habita el estómago de los gusanos.
Si. Siempre he admirado a los poetas.
Una admiración, debo admitir, no está exenta de cierta envidia. De esa capacidad de ver más allá. Para encontrar luz donde el resto solo vemos oscuridad. Las personas no solo son capaces de leer directamente las líneas torcidas que definen nuestro universo, sino también de hacernos comprenderlo. Verdaderos faros que nos iluminan en la negrura que nos rodea. Los únicos que pueden caminar por el camino de la verdad, en palabras de Joubert.
Confieso que lo he probado cientos de veces. Quería imitar a Prometeo y regalar fuego a simples mortales. Quería, en mi ciega terquedad, plasmar en papel palabras que uno no sabía que se podían juntar, como explicaba Federico García Lorca el gran misterio de la poesía. Pero fallé cada vez.
Quizás por eso los dioses decidieron ser benevolentes conmigo. Y a cambio de mis continuas e indecentes derrotas, fui recompensado poniendo a alguien como Anton en mi camino. Un poeta. Un visionario. Uno en un millón. Alguien capaz de soñar con un libro como este.
Un libro lleno de belleza y deformidades. De esperanzas e inquietudes. De luces y sombras. Con prisa por vagar lentamente. Diseñado con la razón aferrada a instintos atávicos. Un libro que nos transporta a mundos lejanos e inimaginables mientras nos cautiva con fuerza. Una ventana abierta al aire de Fisterra por la que podemos volar pero también una roca que nos aplasta y abruma hasta quedarnos sin aliento.
Un libro de alguien nacido en el fin del mundo.
Páginas que huelen a salitre; un argazo; La humedad; la tormenta; la espuma; la valentía ... Al Atlántico. Versos profundos, fríos y oscuros como nuestro mar.
Palabras, que juntas rugen con fuerza salvaje. Inhumano. Espantoso. Pero también maternal.
Y, sobre todo, un libro lleno, lleno, repleto de poesía.
Así que los invito a todos a despertar. Abrir los ojos de una vez y levantarse con azos y sin excusas. Para seguir el rastro de este maravilloso sendero. Caminar por el camino invisible de las baldosas amarillas. Para romper con todos los tabúes y todos los amarres que te fijan al muelle y emprender, sin miedo, este inolvidable viaje.
No te arrepentirás. Descubrirás la poesía. Llegarás a la verdad. Te encontrarás a ti mismo.
Y para los adultos, como acertadamente titula uno de sus poemas, habrá música y almendras.
¿Qué más se puede pedir?
Si. Siempre he admirado a los poetas.
Paulo Calvo