Baceiredo, Rebeca / Escritor
Los antiguos libros de horas rompen el tiempo, introducen en la continuidad inconsecuente la apelación a la realidad ajena que habita una mayor y eterna duración. Este libro de horas ensalza la insignificancia de valorar la grandeza del tiempo inmanente, se refiere con gusto a la fugacidad, que se dice de muchas maneras. No perfila un clavo para desafiar el dolor, no se sacrifica ante el ocio, no es una contemplación en los ojos de un sujeto: sugiere la recreación de una imagen, la expresión del evento en el que se diluyen los antiguos miembros, a favor de una superficie fluida por donde transitan los peces múltiples.
Así es como se multiplican. Disponiendo una cronología a través de los estratos en los que organizamos la luz del día y la oscuridad de la noche, aprovechando la luz de la luna y también las sombras, este libro de horas busca iconos. Pero no los éxtasis de la representación, sino los puntos de los esquemas: dibuja una semiótica que desde la physis quiere ofrecer la metáfisis.
En los momentos oportunos los poemas aparecen como compulsiones de recuerdo, en las que el trazo contenido guarda lo que la palabra no dice, no debe decir. Gnosticismo popular: secretos para la iniciación, porque la iniciación es a quien quieres.
Detalles de paisajes que se despliegan como llenando los cuerpos, cuerpos que hacen sonar sus campanas y la obra no se interrumpe: celebra su inmanencia presentando la conciencia de un vacío plegado.
La mente es consciente de la delimitación provisional y presenta una apercepción en la que mantiene la atención, pero solo durante el instante que dura el cuadro, porque al devenir se entrega una concentración profunda.
El texto está compuesto por incitaciones, no reflexiones, a los fenómenos que se superponen en la perfecta organización de plazos y lugares: a través de las apariencias la vida se dispersa y se puede leer, multiplicando los niveles de existencia.
De eso se trata la cultura y el arte que llenaron los días, se trata de la apertura, dicen, que constituye lo humano pero, sobre todo, se trata de la apertura que permite que el humano salga de sí mismo, y no por negación, simplemente. por el gusto del tránsito: por el desafío de ese placer corrió tras el goce, por la repulsión de sí mismo derramó excesivas dosis de narciso, algo desenfocado, que endulza los rostros.
Una voz recorre el libro: a veces es una boca la que habla, a veces logra ser el logos anónimo que se expresa en los reflejos de los que es capaz el mundo.
El mundo no pertenece a la casta de los mecanismos adorados por una humanidad resentida, pertenece al linaje de las máquinas cósmicas, las genealogías sin rostro o la laringe productora de sentidos.
de puntillas la
inmensa luna
anaranjada se revelaba como la luz
del crepúsculo
entre los techos
exalté la palabra
llamé al pueblo y anuncié: ¡
deleite en el eclipse de la estrella!
como una esfera pausada
cubre otro amanecer!