De Cáceres, Laura / Escritor
fotografías de jesús andrés tejada
Coñecen danzas primitivas
como o rebulir das libélulas,
son quen de espertar lembranzas e arelas,
de invocar a felicidade;
saben mancar.
Después de la erosión, la herida acampa alegremente, en una especie de bienvenida que abre las grietas del glaciar. Entramos por esas puertas de luz que se desvanecen, cables para equilibristas y otros seres dispuestos a la ternura y a riesgo de confiar en un horizonte. Viaje que atraviesa las primeras capas de la roca y encuentra una piel, que envuelve narcóticamente las heridas con palabras hasta olvidarlas. Como dice Anne Carson una herida desprende luz propia y no sabemos hasta dónde puede llegar el resplandor, pero confiamos en la voz firme de Laura de Cáceres que nos advierte de la feroz rendición: la confianza era llevar la mano abierta a un Hierro quemado sin
saber que ibas a relajar ni un solo músculo.
Una vez dentro, encontramos imágenes reveladoras, tanto en los versos de gran precisión como en la selección de fotografías cedidas por Jesús Andrés Tejada. Es imposible no mirar el desvelamiento, el acontecer del mundo abierto de par en par frente al abismo, morir y renacer con el poema, en un final que se resiste a tener lugar en esta deriva. ¿Es el mar el que golpea la roca o la roca arroja al mar?
Después de la erosión, la piedra todavía sirve como contención del mar; y el mar, aún vivo.
Silvia Peñas