Castelo, Santiago / Escritor
A Castelo le encantaba pertenecer a otro tiempo donde se estilaban las galanterías y los ademanes nobilia rios. Le rodeaba siempre un aura de misterio, esbozada con una sonrisa socarrona, pero sin malicia, seguro de gustar porque gustaba, y lo sabía donde se escondía toda la verdad del mundo. Sin duda su voz, como de tormenta estival, refrescante y tronadora, dictaba sentencias inequívocas o susurraba los consejos certeros en los momentos más precisos. O, de pronto, te acogía en su declamatoria, rebosante de anécdotas, que adornaba con paréntesis o silencios exactos para mantener la atención del público. Los que lo conocimos sabemos que, tras esa pose de lord inglés, tras ese ademán protocolario, siempre acompañado de un príncipe de Gales con iniciales bordadas en la camisa, fiel a la corbata, gafas de carey, sombrero y sotabarba de noble dieciochesco, se escondía una persona tremendamente humilde y pudorosa. Una persona de la que se podría decir que verdaderamente fue pura bondad. Definir a Santiago Castelo, no obstante, es imposible. No cabe en él definición alguna.
Carlos García Mera
A todos nos toca, a lo largo de la vida,
una parcela de dolor. Ser feliz es efímero,
se pierde en un instante. Sin embargo, el dolor
aparece impensable y lo cercena todo.
Te sigue intermitentemente. Y cuando crees
que ya se ha ido y vuelves a gozar
y a ver el cielo con ojos de esperanza
viene de nuevo el rayo y te fulmina.
Nunca fui pesimista. Siempre apuré la vida
con un deseo amoroso. Ni siquiera
ahora que tengo la sentencia encima
quiero abatirme. Y lucho despiadado;
pero he aprendido, con años y memoria,
que a todos nos toca la parcela.
Y, pronto o tarde, tienes que cultivarla.